Por primera vez desde la reanudación de LaLiga, el Alavés ha dispuesto de un margen de tiempo tradicional para preparar un partido, casi como durante el fútbol prepandemia: de sábado a viernes. Pero el club se vio sacudido por la enésima destitución en el banquillo. Ha llegado Juan Ramón López Muñiz al rescate, con capa y traje de superhéroe, como cuando apareció Abelardo en diciembre de 2017. Aunque la situación no es tan dramática, hay muy poco margen de error y les puede pillar el toro si no reaccionan.
Muñiz vio en su casa la derrota del conjunto albiazul en Valladolid, que desencadenó el terremoto. Todo se precipitó en unas horas, tras una negociación exprés y con un contrato de quince días, sin cláusula de renovación automática en caso de permanencia, aunque nadie duda de que seguirá si el equipo deja buena imagen en estas cuatro jornadas.
En su presentación, el técnico se agarró al tópico de que aprovechará el trabajo dejado por su antecesor, Asier Garitano. Tal y como confesó ayer Laguardia, se ha centrado más en aspectos psicológicos que tácticos.
Hay un colchón de seis puntos de renta y Muñiz cree que quizás el equipo se vio con el objetivo conseguido antes de tiempo y después del parón cuesta coger el ritmo. Y ya no tienen el apoyo del público, que es crucial. El caso es que la salvación parecía hecha y ahora genera dudas y nerviosismo.
El nuevo preparador albiazul es metódico, más trabajador que charlatán. Defiende el compañerismo y la solidaridad. Quiere un bloque compacto, con líneas juntas protegiendo la meta propia, que nunca pierda el sitio. Le gusta el 4-4-2, el dibujo que mejor encaja en Vitoria con Lucas y Joselu en punta, aunque a veces lo deriva a un 4-5-1 (4-2-3-1), con uno de los atacantes más retrasado, en funciones de enlace o mediapunta.